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María Jesús Sánchez | Apariencias

La puedes ver frágil, pequeña, vulnerable, pero ella no es nada de eso. Ella, desde la suavidad, siempre ha mirado el mundo de frente y ha buscado la manera de que éste sea un lugar mejor. No le ha importado acompañar a jóvenes que cayeron en la telaraña de las sustancias que hacen la adolescencia más llevadera, pero que te meten en un pozo tapiado.



Tampoco tuvo reparos en levantar su casa y viajar al sur del continente americano para tratar de educar a gente que no tiene quien le alumbre o que le enseñe que solo la escolarización y la formación pueden cambiar las cartas que la vida en un principio te asignó.

En su búsqueda por entender mejor al ser humano se embarcó en Sociología y quiso analizar el papel de la mujer en sitios donde son invisibles. Idas y venidas del tercer mundo al primero, sensación de que en el tercero es donde ella debe estar.

De repente, me entero que ha decidido irse al Congo, país de las violaciones masivas a mujeres y donde la vida no vale más que una bala o machete. Mona saltarina de rama en rama, de ONG en ONG, de país en país. Pero esta vez puede que el Congo sea su casa durante más tiempo: ha encontrado algo que la ancla o, mejor dicho, alguien.

Su infinita sensibilidad y bondad, y también, por qué no decirlo, su falta de miedo que roza a menudo lo infantil, han hecho que se enamore de una niña y ha dejado que se acerque a ella. Una niña pequeñita, una desheredada de la Biblia, que no solo es mujer en una tierra donde ese sustantivo tiene como sinónimo la palabra esclava, sino que además fue abandonada por su madre cuando percibió que ella era diferente.

A esta niña la vida le ha golpeado con fuerza, dejando sus sentidos desconectados, condenándole a la soledad y a la ausencia de cuidados y abrazos. Pero su hada madrina no la ha dejado sola, le ha mandado una madre cariñosa y preocupada que ve en ella a su propia sangre; una madre con piel más clara y que habla otra lengua, pero que la mima y le hace sentir que aunque el comienzo de su existencia fue duro, ahora tiene algodones que la protegen con caricias.

Mi amiga tiene que permanecer allí. El Gobierno no le permite adoptarla o traerla a España para que la puedan ayudar. Y, si no sanarla del todo, sí hacer que sus días sean más fáciles. Me doy cuenta de que, a menudo,  las heroínas están mucho más cerca de lo que creemos...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ