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Rodrigo Fresán: "El enganche que hay en España con el teléfono móvil no lo he visto en ningún otro lugar"

El escritor argentino Rodrigo Fresán publica La parte soñada, segundo volumen de una trilogía que inició con La parte inventada y cuyo título genérico rezará como La parte escrita. Una trilogía que abarcará los tres motores de la narración: la invención, el sueño y el recuerdo. En este segundo volumen, su autor se plantea cómo sueña un escritor y si sus sueños son distintos a los demás.



En este sentido, señala que todos somos más o menos iguales en los sueños, aunque seamos todos diferentes en cuanto a lo que soñamos. Si bien advierte: “La diferencia reside en lo que hace el escritor cuando despierta con eso que soñó”.

La parte soñada es sencillamente una obra maestra, escrita con una prosa tierna, satírica y deslumbrante, y dueña de una imaginación desbordante y descontrolada. Es un hombre alto, culto y educado, que vive de un éxito que él administra a su manera, lejos de los focos y los escaparates.

Ha armado su última novela como si fuese una obra musical, en tres movimientos. El primero es el sueño propiamente dicho. El segundo es el ensueño. Y el tercero es el insomnio que, para él, es “una forma de soñar”. Cómo conjuga estas tres fases, lo sintetiza en una sola frase: “Sí soy un gran soñador, pero un pésimo dormidor”.

También reedita ahora Historia argentina, su primer libro de relatos, publicado por primera vez en 1991. En este volumen quiso incluir un nuevo cuento titulado La parte contada, para que enlazara con los tres volúmenes de su trilogía.

Antes de adoptar la decisión de excluirlo definitivamente, dijo en esta entrevista: “‘La parte contada’, claro, va a estar incluida en ‘Historia argentina’, y va a tirar como un cable desde el año 91 hasta 2017, y va a unir un poco los dos libros. A mí me gusta mucho hacer eso. Me gustan los escritores que hacen eso: Vila-Matas, Salinger. Básicamente me gustan a mí los escritores que escriben siempre el mismo libro. Soy un defensor de eso”.

No obstante, cambió de opinión. Al final de Historia argentina escribe: “Saludos a todos y (confieso que hubo un intento de añadir un nuevo cuento aquí que conectase a lo que será con lo que fue; pero el asunto superó sus límites naturales y ahora ya forma parte no de la que vino sino de lo que vendrá) y, sí, hasta ‘La parte recordada”.

Y concluye: “Hasta esa parte ya precedida por las partes ‘inventada’ y ‘soñada’ y en las que –en el principio de todas las cosas veloces– el primer libro del protagonista se titula ‘Industria nacional’. Libro que se parece bastante a éste aunque no lo sea y –nunca está de más repetirlo– tampoco sea yo ese alguien que anda por ahí”.

—Además de a todos los riesgos a los que debe hacer frente un escritor, usted dice que aquel que no sueña está en serio peligro de extinguirse.

—Ya. Bueno, es una de las cosas que más me preguntan con el libro este, cuál es la particularidad de un escritor a la hora de soñar. Y yo digo que no hay ninguna. Todos somos más o menos iguales en los sueños, aunque seamos todos diferentes en cuanto a lo que soñamos, ¿no? Pero la diferencia reside básicamente en lo que hace el escritor cuando se despierta con eso que soñó.

La mayoría de la gente o lo cuenta en el bar o lo anota en un librito o lo cuenta al psicoanalista. Los sueños no tienen mucha más potencia que un chiste. Cuando cuentas un chiste, dices mira lo que me pasó, aunque no te haya pasado nada. De hecho, hay obras famosas de la literatura universal que surgen directamente a partir de sueños. El asunto del doctor Jekyll y mister Hyde es un caso que Stevenson lo sueña.

—‘La parte soñada’ es muy dependiente de su precedente, ‘La parte inventada’, tanto que usted la califica de “durantecuela” porque transcurre en simultáneo. Se refiere al desarrollo de la historia, no a su estructura.

—No estaba en mis planes originales escribir una trilogía ni nada que le pareciese. Cuando terminé La parte inventada pensé que todo terminaba ahí, pero descubrí enseguida que me costaba mucho separarme del libro. De hecho, me seguían ocurriendo cosas para La parte inventada aunque el libro ya estuviera impreso y en librerías. Fueron inserciones que fui colocando en sucesivas traducciones tanto en Francia como en Estados Unidos, donde ahora está apareciendo y que van a estar incorporadas a la edición de bolsillo que salió en abril aquí en España.

Pero, digamos, el plan que yo tenía después de La parte inventada, que era una cosa de 600 páginas en la que me había pasado casi seis años, era escribir algo más corto, más tranquilo, menos espasmódico y turbulento, pero me di cuenta que me había adecuado al espasmo y a las turbulencias. Entonces eso que tenía planteado, que era una cosa muy pequeñita, muy, entre comillas, "humilde", que era la narración de una noche de paseo de los niños con su tío buscando a sus padres en una Buenos Aires un poco especial de los años setenta, acabó siendo devorado por La parte soñada.

De hecho, al final de este libro está eso que yo quería escribir que ocupa simplemente cuatro o cinco páginas del libro este y que fue lo último que escribí además. Ahí fue cuando dije, bueno, si escribo dos que sean tres y que sea una trilogía, pero no fue una cosa arquitectónica, intelectual y estratégicamente calculada en absoluto. Ahora, sí. Ya funciono en plan de trilogía, pero en un principio.

—‘La parte soñada’ la escribió en sincronía con el tercer volumen, ‘La parte recordada’. ¿Quiere decir que ya concluyó la redacción de la trilogía o está en ello?

—No. Estoy escribiendo la tercera parte pero ya muy sobreseguro, porque ya muchas cosas que me parecía que no cabían en La parte soñada van directamente a la tercera parte ya. Y de hecho, una vez armada la estructura, y pensados los títulos, me gustaba mucho esta idea de pensar y utilizar los tres motores básicos que uno tiene a la hora de narrar, que son la invención, el sueño y el recuerdo. Ver cómo funcionaban.

De hecho, si bien todos los libros están escritos en español, a mí me gusta pensar que cada uno va a estar escrito en un idioma diferente, que van a pertenecer a cómo se te ocurren las cosas, cómo sueñas las cosas o cómo recuerdas las cosas. Pero un recuerdo a veces puede ser un invento y un sueño también. O sea, que están bastante implicadas e imbricadas las tres facetas.

—Los tres libros abordan las tres maneras de construir una historia. En este caso, buena parte del libro sucede durante el insomnio y la consiguiente enumeración de las cosas.

—El libro está armado en tres movimientos como si fuera una suite. La primera es decididamente onírica y soñada. La segunda está narrada un poco como desde un trance, medio dormido, medio despierto, como el de un ensueño. Y la tercera es el insomnio que, contrariamente a lo que la gente piensa, para mí insomnio es una forma de soñar.

No es que no puedes dormir, sino que sueñas de otro modo. Se te ocurren cosas que no se te ocurren en los sueños ni cuando estás despierto. Es una especie de zona de tierra de nadie, fronteriza, a menudo peligrosa incluso porque, cuando tienes insomnio, empiezas a pensar cosas un poco extrañas.

—Escribió el libro porque sufrió un episodio de insomnio. ¿Dejó mucho de usted, mucha autobiografía, por esa experiencia?

—Inevitablemente. Inevitablemente. Yo, de todas maneras, siempre tuve el sueño muy, muy ligero. A mí el sueño me lo arruinaron en el servicio militar en Argentina, que es un lugar donde duermes mal, estás todo el tiempo alerta, tienes miedo a que te roben parte del uniforme, te despiertan a cualquier hora, te vuelves a dormir, te vas a dormir a las ocho de la noche, lo cual es una locura. Entonces, a partir de ahí no soy un gran dormidor. Sí soy un gran soñador, pero un pésimo dormidor.

—La novela supuestamente realista es la más irreal de todas. Es una frase de Nabokov. Pero yo estoy de acuerdo con ella. Para usted la realidad es algo sobrevalorado. Pero cuando a un escritor no le inspira la realidad, ¿adónde camina?

—¡Uf! A otra forma de realidad o a una idea de realidad más personal. A mí los escritores que tienen que estar apoyados sobre cosas coyunturales o históricas, de obras de las que disfrutado muchísimo como lector, pero a mí como escritor, la verdad, es que la realidad no me interesa. Sobre todo, también no me interesa la realidad que se le suele pedir a un escritor latinoamericano, que sea el narcotráfico, las dictaduras militares, los desaparecidos.

Ahora seguramente surgirán como hongos las grandes novelas del mundo de Trump, ¿entiendes? Seguro que debe haber unos 500 mejicanos ya preparando sus novelas. Siempre digo, ojalá que la escriba Thomas Pynchon. Desde el punto de vista más infantil y primario, yo creo que uno se hace escritor para no estar conectado con la realidad, básicamente.

Yo siempre digo que los grandes monumentos del realismo novelístico, como pueden ser Ana Karenina o Madame Bobary, son completamente irreales. La realidad no se organiza tan dramáticamente perfecta como nos la cuentan.

—El libro es también una reivindicación de la oscuridad.

—Ya. Sí. En la oscuridad se ven cosas que no se ven a plena luz del día. O se ven cosas que no están a plena luz del día. En este sentido, yo creo que todos somos un poco vampiros. No es que nos morimos si nos exponen a la luz pero, cuando nos exponen a la luz de la luna, surgen cosas interesantes también.

—En ‘La parte recordada’ usted debe solucionar dos o tres incógnitas que vienen de los dos primeros volúmenes. ¿Qué me puede decir?

—En ese sentido, también quiero decir que, si bien es una trilogía atípica, o sea no es El señor de los anillos, donde todo es una novela de aventuras y donde lo anterior sigue con lo posterior, etcétera, etcétera, quiero decir, hay un respeto por el formato, por las continuaciones, y si bien no es una trilogía en el sentido clásico del término, hay unas cuantas sorpresas y va a haber más sorpresas en la última parte, inevitablemente.

—Se ha propuesto reivindicar un tipo de literatura que no se pueda solucionar con los 140 o los 280 caracteres de un tuit. ¿Le ve futuro a las novelas largas o no se trata tampoco de eso?

—No es cuestión solo de longitud, porque hay muchísimas novelas largas que incluso conectan con un lector ahora más de serie de televisión. Son novelas muy narrativas, y son largas, porque suceden codas, ¿no? Pero a mí me gusta, sí, que leer te implique una cierta exigencia y un cierto esfuerzo. No estoy de acuerdo con que leer tenga que ser fácil. Porque escribir no es fácil. Entonces a mí me parece que cierta dificultad, dificultad gozosa y dificultad gratificante, quiero decir, se traslada al lector.

Quiero decir, yo, mis grandes experiencias como lector, las he tenido con los libros más exigentes, no con los libros más sencillos. Si bien soy un gran lector de best seller. A mí me gusta el género de best seller. Me preocupan que cada vez estén peor escritos pero, por ejemplo, un escritor como Stephen King no me parece un gran narrador, y puedo disfrutarlo perfectamente.

—Dice usted: “Crecí pensando que la televisión era el enemigo de la lectura, y ahora el gran enemigo de la lectura es la propia lectura”.

—Sí. Bueno, nunca se ha leído más que ahora, ¿no? La gente está todo el tiempo leyendo. Cuando entras a un metro ves a toda esa gente leyendo y dices qué lástima que, en lugar de esa pantalla infecta, no tienen un libro entre manos. De todas maneras, también hay que decir que en España es bastante perturbador.

En Francia, la gente sigue leyendo en los bares y en los metros. El Ministerio de Turismo les paga para mantener esa idea cultural (ríe). Tú sales con el libro por estas paradas y por estas paradas. Pero el nivel de enganche que hay en España con el teléfono móvil no lo he visto en ningún lugar del mundo. Ni en Japón, ni en Estados Unidos, ni en Francia, ni en ningún lado. Aquí la gente está realmente abducida.

—Se pregunta si no se estará volviendo un adolescente perpetuo, como Bob Dylan a sus 70 años. ¿Le angustia o le reconforta?

—No. Yo creo que es reconfortante, ¿no? Quiero decir. Me encantaría incluso mantener el vigor del adolescente (ríe). Hay una camiseta que a mí me gusta mucho que dice: “Tu cabeza pide chequeos que tu cuerpo no puede pagar”. Hay un momento de la edad que se llega a eso. Pero, bueno, me he hecho el chequeo anual y está todo bien. O sea, que tengo un año más de inmortalidad. Esto que vas ganando es la inmortalidad año a año. O sea, si todo va bien, voy a tener en un par de años La parte recordada terminada.

—¿Se sonrojó o le divirtió que le dieran el Premio Nobel a Bob Dylan?

—Me pareció justo. Yo llevo luchando por él. De hecho, una vez que se lo dieron, yo me llamé al silencio porque las últimas tres décadas me las pasé abogando por que le dieran el Nobel. Y por una vez, volviendo a lo que me preguntabas antes, coincido con tus ilusiones y delirios más íntimos, me pareció muy gratificante y yo estoy muy contento de que se lo hayan dado. Además, me parece la persona más interesante viva en este momento.

—Pero hubiera preferido que lo recibiera Ricardo Piglia.

—Pero qué pregunta malintencionada. Bueno, si me dices que se lo dan a Piglia, ya el año siguiente se lo dan a Bob Dylan. Dadas las circunstancias, me hubiera parecido más justo.

—Por eso digo que, a veces, hay escritores que se lo merecen, como Piglia. Fallecen y no lo reciben nunca.

—Pero el Nobel tiene como una especie de antinobel. El Nobel no se lo dieron a Proust, a Borges, no se lo dieron a Fitzgerald. La lista de escritores que no recibieron el Nobel es mucho más potente que la lista de escritores que lo recibieron. En un momento, el Nobel era el premio final de una carrera consagratoria, era el broche final.

Y en un momento, el Nobel empezó con otras de descubrir autores desconocidos para el resto del mundo. Y a mí me parece que para eso debería de haber otros premios o un Nobel Junior. Como todo se privatiza, finalmente el Nobel se privatizará y se dará el premio Nobel y se dará un segundo Premio Nobel ese mismo año que será un muerto. Un Nobel que pide perdón.

—Un Nobel póstumo.

—Sí. Me parecería genial.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: LETRAS LIBRES