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Francisco Sierra: “La Universidad no está asumiendo un rol de liderazgo moral ante los retos de la sociedad”

Su nombre se hizo especialmente popular el pasado verano, tras ser incluido en el exclusivo comité de expertos que habría de evaluar a los aspirantes a dirigir RTVE. Pero Francisco Sierra Caballero ya era, desde mucho antes, uno de los investigadores más respetados en el ámbito de la Comunicación contemporánea. Nacido hace 50 años en Gobernador, un municipio de poco más de 200 habitantes situado en la comarca granadina de Los Montes, muy cerca de Jaén, Francisco Sierra es catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde dirige el Departamento de Periodismo I.



Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, es fundador de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación y, en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, así como la Asamblea de la Confederación Iberoamericana de Asociaciones Científicas en Comunicación.

Autor de relevantes ensayos sobre Comunicación, Política y Cambio Social, Francisco Sierra ha coordinado equipos internacionales de investigación para la Comisión Europea o para el Plan Nacional de Investigación y Desarrollo de España. Ahora, de la mano de la Asociación Cultural y Científica Iberoamericana, presenta Introducción a la Comunicología, una obra en la que aborda, de manera crítica y panorámica, el ámbito de la mediación social y el papel que juega la comunicación en la propia conformación de la sociedad.

—Lejos de ofrecer en esta obra un discurso complaciente o conformista, se muestra bastante crítico con la Universidad y con las propias empresas del sector de la Comunicación. ¿En qué medida son responsables de los males que acechan hoy día al Periodismo?

—Al menos somos responsables de dos falencias. La primera y fundamental, la que hoy me ocupa y preocupa es la ausencia en el mapa curricular de un fuerte componente tecnológico. Estamos en plena revolución digital y las Facultades siguen enseñando un Periodismo del pasado siglo. La academia vive en la era analógica y no asume procesos como la transmedialidad, el universo de los videojuegos y formatos, géneros y narrativas que están transformando la profesión y que apenas se exploran como materia. Lógicamente, hay excepciones. En la Facultad de Comunicación (FCOM) de la Universidad de Sevilla, por ejemplo, se ha impulsado un Aula de Videojuegos pero estamos ante experiencias episódicas y, por lo general, marginales.

La otra cuestión pendiente es la débil formación ética y política. Sin el principio de phronesis no podemos hablar de un profesional de la información con autonomía y un alto sentido del deber. Y ello pasa por formar a los futuros periodistas en materias como Ética y Deontología Informativa, Políticas de Comunicación o Comunicación Pública y Comunicación para el Desarrollo.

El problema es que hemos asumido una equívoca y decimonónica concepción obsoleta, liberal, que asocia la actividad periodística con una visión individualista y ajena a los retos de la sociedad. Hoy que hablamos de Ciencia Ciudadana, precisamos un Periodismo Ciudadano más responsable y comprometido y las Facultades no estamos precisamente cultivando esta visión. De ahí la deriva que lleva la profesión.

—Sostiene en su obra que “aprender a escuchar es quizás la tarea más importante que un académico puede aportar a sus conciudadanos”. ¿Piensa realmente que la Universidad vive de espaldas a la sociedad? ¿O que solo se escucha a sí misma?.

—En general, la Universidad, desde luego, no está interviniendo en el mundo de la comunicación ni asumiendo un rol de liderazgo moral e intelectual ante los retos que vive la sociedad en la actual crisis civilizatoria. Cuando insisto en que la principal virtud socrática es la atenta escucha es porque, como decía Freire, el diálogo es la condición existencial más importante.

La escucha activa es vital para un periodista, y para un intelectual. Pero vivimos un momento de cultura del monólogo. Se escribe y habla mucho pero la gente no está dispuesta a escuchar y la Universidad igualmente delibera, discute y presta poca atención a otras voces. Así resulta imposible cumplir su misión de servicio público pero, dicho sea de paso, tampoco por ejemplo la profesión escucha a la academia. Como decano de la FCOM viví la paradoja de tocar todas las puertas, tendí puentes y propuse proyectos de investigación sin respuesta del sector empresarial. Así que tenemos brechas considerables que debemos suturar para conseguir un campo mejor organizado y consistente.

—Como profesor universitario reclama del alumnado una mayor capacidad reflexiva y de análisis. ¿No estábamos ante las generaciones mejor preparadas de la historia?

—Si le soy sincero, creo que ese discurso es falso o, cuando menos, interesadamente sesgado. Es verdad que las nuevas generaciones tienen más competencias (idiomas, dominio tecnológico, experiencia) pero la mayoría de estas competencias son instrumentales. Nos estamos encontrando en las aulas alumnos con serias dificultades de comprensión de textos científicos o de dificultades de argumentación, análisis y raciocinio complejo. Y qué le voy a decir de la cultura o bagaje intelectual. Francamente, es una generación con graves y notables carencias y que no se está formando para la vida sino para la acumulación de créditos, relegando virtudes principales que tienen que ver con los valores, la inteligencia emocional y la propia autonomía.

—Muchos alumnos de Periodismo abominan de las asignaturas que no son eminentemente prácticas. ¿Por qué son necesarias materias como Teoría de la Comunicación?

—No conozco juristas que discutan sobre la pertinencia de materias como Filosofía del Derecho en la formación universitaria de los futuros abogados. El discurso contrario a la ciencia en las Facultades de Comunicación se debe a una errónea concepción práctica de la formación. Quizás convendría, como sucede en algunos países de la UE, diferenciar el modelo de formación superior (de cinco años y con alta formación intelectual, como en Alemania) y un ciclo corto de tres años orientado en un sentido estrictamente profesionalista.

Este tipo de debates los hemos tenido con la reforma de los planes de estudio y la introducción del marco normativo de Bolonia, pero lo que no cabe duda, a mi juicio, es que no se forma un licenciado sin ciencia, sin conciencia ni fundamentación teórica sólida. Y solo con la Teoría de la Comunicación se puede adquirir el conocimiento para explicar, ilustrar y comprender los procesos de mediación.

Por poner un ejemplo, un buen periodista ha de conocer los usos, efectos y procesos que intervienen en la audiencia y las teorías que explican la recepción para ser consciente de su rol y responsabilidad. De lo contrario estaríamos, en un sentido praxiológico, actuando a ciegas.

—El exceso de críticas y, como usted apunta, la “multiplicación de canales de acceso al saber”, ¿no están contribuyendo, precisamente, a silenciar los juicios críticos y a dificultar el acceso a fuentes solventes y a información de calidad?

—Este es uno de los efectos más perniciosos. En los últimos años, he empezado a escribir sobre Ecología de la Comunicación. Estamos construyendo un ecosistema de medios monstruoso, desproporcionado, saturado, que es insostenible y que afecta a la capacidad de orientación y socialización del sujeto de la cultura red. Vivimos por ejemplo en el turbocapitalismo procesos acelerados que impiden que el ciudadano procese con la necesaria distancia y reposo la información.

La capacidad humana de procesamiento de datos es limitada y el efecto de saturación es el primer paso para que el ciudadano sea manipulado. De hecho, una de las técnicas más comunes de propaganda, como sucedió en la primera Guerra del Golfo, es la canalización de multitud de datos secundarios a fin de escamotear al escrutinio público lo que hemos dado en llamar "información sensible".

Necesitamos, en fin, discriminar, equilibrar los ecosistemas culturales, jerarquizar las fuentes y seleccionar mejor los repertorios e informaciones que circulan para una cultura otra. Pues en nuestro sistema mediático, hay un exceso de redundancia, de información banal e irrelevante y de infoxicación, de contenidos basura, que afectan a la cultura y convivencia democrática y que, dicho sea de paso, han degradado el propio oficio y no digamos la credibilidad de medios y periodistas por exceso y por defecto de la información significativa y relevante que precisa una sociedad para su desarrollo equilibrado.

—¿Las ‘fake news’ forman parte del "secreto del caos" al que se refería Vázquez Montalbán?

—No es un fenómeno nuevo pero, como decía Guy Debord, la esencia de la sociedad del espectáculo no es mostrar, no es la transparencia. La norma es el secreto y las fake news son la forma visible de los dispositivos de dominio y control social que, por cierto, se acompañan del rumor, una manifestación que suele proliferar en modelos autoritarios, opacos o de falta de confianza como sucede hoy día.

Así, ante la proliferación y transmisión en vivo del acontecer social se escamotea al público las estrategias del poder y de la persuasión con la que, por ejemplo, el público presta atención a Trump o se indigna mientras Wall Street despliega sus estrategias de acumulación por desposesión. Esta es la cuestión vital que se debe discutir: el velo o manto de ocultación de las medias falsedades o noticias prefabricadas.

—¿La proliferación incontrolada de canales de comunicación no supone, de algún modo, una eficiente forma de control de la comunicación?

—Sin duda, es el problema de la Ecología de la Comunicación. La manipulación por saturación es un mal de nuestro tiempo y no digamos la proliferación en redes, el uso de bots y la información personalizada. Frente al discurso de la demediación, convendría recordar en este sentido que los medios median y que la hipermediatización termina siendo una forma de control mayor de las representaciones bajo la apariencia de la diversidad de espacios y contenidos.

Como decía Stuart Hall, la condición de la dominación es el hecho mismo de que uno no es consciente de la dominación. Aplíquese en nuestro tiempo porque pareciera que Internet nos hace libres y que el acceso vía Google garantiza la promesa de libertad realizando el sueño enciclopedista de libre acceso a los saberes. Cosa que no es cierta.

—En pleno auge de la posverdad, ¿considera que los medios forman e informan o hacen justamente lo contrario?

—En un sentido genérico, no forman, más bien lo contrario, y en países con pobre cultura democrática y carente de un sistema de medios educativos, como España, no podemos hacer un balance satisfactorio. Más bien cabría hablar de una situación de déficit democrático en la función social de la prensa en nuestro país. Y por lo que corresponde a la información, ésta resulta pobre, redundante y con un nivel de credibilidad, ahora que se puede contrastar con las redes sociales, en franco declive.

Ha habido muchas interpretación sobre la crisis de los medios, en especial de los medios impresos, y todos los editores y ejecutivos han tendido, curiosamente, a exponer razones ajenas a su práctica y política de organización. Desde la gratuidad de Internet, a la pérdida de hábitos de lectura o la competencia, pero nunca que el producto que aportan, que la información que proveen los medios, resultan de poco interés y utilidad para las audiencias. Da que pensar, creo.



—Si nos centramos en España, el panorama comunicativo se asemeja cada vez más a un oligopolio, en el que unas pocas empresas se reparten, prácticamente, todo el mercado. ¿Debemos preocuparnos ante esta realidad?

—Es grave la situación. El sistema público ha sido relegado con la reforma del audiovisual y el apagón analógico, al tiempo que la formación de un duopolio deja en manos de la banca, las grandes compañías eléctricas y de telecomunicación el control del espacio público y de participación democrática.

Cuando hablamos, por ejemplo, de la estructuración de la deuda y de la crisis financiera, los términos del debate terminan por estar hipotecados por la concentración del poder informativo, por la estructura asimétrica y desequilibrada de acceso y control del espacio mediático. No son comprensibles, por ejemplo, fenómenos como Trump en Estados Unidos o Macron en Francia sin los elevados niveles de concentración. Y resulta que en la UE, como antes en Estados Unidos, se han ido arrinconando las leyes antitrust y todas las políticas de comunicación en defensa del pluralismo.

—En su libro aboga por una intervención de los medios que propicie, entre otras cuestiones, el desarrollo y la visibilidad de las minorías sociales. ¿Ve realmente la luz al final del túnel?

—Hemos mejorado, si pensamos en las minorías sexuales, y en la conciencia de la necesidad de un discurso de la tolerancia respetuosa con la diversidad, pero al tiempo se ha reforzado un discurso sin fisuras de la islamofobia, del etnocentrismo y la lógica WASP (blanca, anglosajona y protestante) que domina el sistema internacional de comunicación.

Quizás lo positivo es que se han desarrollado los medios comunitarios pero, en algunos países como Brasil, éstos han sido el espacio de organización de las iglesias evangélicas y el pensamiento ultraconservador que ha apoyado el ascenso al poder de Bolsonaro, que representa exactamente lo contrario a un discurso de la tolerancia y del pluralismo.

—Apel y Habermas sostenían que ningún hablante puede contradecirse. ¿Confirma entonces que nunca pisaron el Congreso de los Diputados?

Jajajajaja. Bueno, a veces, contra la norma, algunos validamos las tesis de la ética comunicativa y del diálogo. Mire, en el Comité de Expertos de Reforma de la RTVE logramos consensuar método, baremo y evaluación casi siempre por unanimidad. Y aplicamos el sentido común y la lógica. No es poca cosa. Pero bien es cierto que lo de la voluntad de diálogo y consenso y la coherencia no son patrimonio, hoy por hoy, de la forma de decir y hacer de las Cortes y, en general, en la política.

—¿Qué les diría, qué les dice, a esos estudiantes de Periodismo que están a punto de salir del caparazón de las facultades? ¿Hay esperanza para ellos?

—Desde luego, lo último que se pierde es la esperanza. Uno debe perseguir sus sueños, construir, con otros en común, espacios y proyectos de esperanza porque el principio esperanza es, como decía Bloch, anticipación de proyectos y utopías de futuro que terminan por hacerse. Ahora, para ello es preciso el incansable trabajo de Prometeo: leer, escribir, inventar, proyectar, caerse, volverse a levantar, producir, soñar, arriesgarse. La vida es eso y sobre todo eso. Y deben aprender que sin vocación, sin pasión por el oficio, sin voluntad de experimentar, de aprender a pensar y crecer intelectualmente el desarrollo profesional es imposible.

Y este aprendizaje se empieza en las aulas, en las actividades libres de formación en la Universidad, en el campo de la cultura y en los múltiples proyectos e iniciativas que estudiantes, profesores y grupos de investigación despliegan a diario. Si no se cultiva esta voluntad de compromiso con la realidad viva, esa filosofía de "nada de lo humano me es ajeno" difícilmente se puede ser un buen periodista o profesional de la comunicación.

Y les toca vivir un tiempo apasionante de transformación de los medios convencionales a los nuevos modelos de negocio. Es tiempo, en fin, de experimentar y ensayar, de intervenir y crear. Así que lo que les aconsejo es que no duden en arriesgarse, a embarcarse en el mundo de la navegación de esta Era Digital, aunque las amenazas de naufragio y las tempestades que vive el campo son obvias, pero también las oportunidades y opciones de futuro. En ello, por cierto, también los académicos estamos explorando y tratando de cultivar la imaginación y repensarnos. Todo un reto, en fin.

JUAN PABLO BELLIDO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO