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Remedios Fariñas | El poder de las conspiraciones

El hombre jamás pisó la Luna; la Tierra es completamente plana; Hitler no murió en el búnker de Berlín; la pandemia del covid-19 la inventaron los chinos para hacerse los amos del mundo... Todas ellas son teorías conspirativas que circulan por el mundo en pleno siglo XXI. El problema es que miles, quizás millones de personas, dan credibilidad a estas historias, aunque no tengan el más mínimo fundamento científico.


Una de estas teorías la encontré el otro día por las redes, coincidiendo con el vigésimo aniversario del atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. La información procedía de un artículo titulado Cuando la verdad es incómoda: 11S, publicado en una revista de arquitectura y que, se supone, es una publicación seria.

Su autor es Felipe Samarán, arquitecto, profesor y director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Francisco de Vitoria en Madrid. En el artículo expone una serie de datos que vienen a confirmar que la caída de las Torres Gemelas fue provocada por una demolición controlada. De este modo, los Estados Unidos, en su geopolítica colonizadora, podían tener la excusa para atacar países como Irak o Afganistán.

Samarán escribe que, en la versión oficial, hay muchas piezas que no encajan y que, científicamente, son imposibles. Por ejemplo, el hecho de que las torres, junto con el edificio del Pentágono, cayeran de forma idéntica, implosionando los tres desde su base. O que en el Pentágono no se hubiese encontrado el más mínimo resto de ningún avión, ni se hubiese producido ningún incendio a causa del queroseno que contenía.

Nada importa que el tiempo o la forma en la que cayeron las torres sean incompatibles con la teoría oficial, la denominada del “pan- cake”. Sin embargo, la caída de los edificios sí que fue coincidente al milímetro con una demolición controlada. Y estas evidencias las escribe Felipe Samarán, negro sobre blanco, citando una serie de instituciones y organismos.

Otra de las muchas teorías que aparecen en torno al atentado del 11S es que, aunque los dirigentes de los Estados Unidos no manejaron la autoagresión para justificar sus guerras, sabían lo que iba a suceder y se dejaron agredir de forma que pudiesen contar con ese pretexto a ojos del mundo.

Sabemos que es más fácil aceptar una verdad colectiva que desafiarla y dudar de ella. También sabemos que, como sostiene Walter Lippmann, ganador del Premio Pulitzer en dos ocasiones, “donde todo el mundo piensa igual, nadie piensa mucho”. Pero, en fin, lo cierto es que todos aceptamos la verdad oficial.

De todas formas, en esta sociedad dominada por la posverdad, es decir, por la distorsión deliberada de la realidad para manipular emociones y creencias e influir de este modo en la opinión pública, las personas siguen el principio filosófico de la “navaja de Ockham”, que sostiene que la explicación más sencilla es la que más posibilidades tiene de ser creída, aunque no tenga que ser necesariamente la verdadera.

Esta facilidad cognitiva propicia un estado de tranquilidad porque la teoría conspirativa, además de ratificar las propias creencias del sujeto, no requiere ningún esfuerzo mental, con lo que quienes la defienden no tienen que volver a elaborar sus creencias ni sus pensamientos anteriores.

Ciertamente, todos los humanos necesitamos tener un control del medio en el que vivimos y una seguridad, por eso pertenecer a un grupo es necesario socialmente y si ese grupo, esa colectividad, creen en unas premisas, el individuo las va a asumir también.

Siempre, en todas las épocas, han surgido teorías de la conspiración que, sencillamente, podemos definir como explicaciones de acontecimientos presentes, pasados o futuros que surgen del descreimiento en las estructuras de poder y de los propios medios de comunicación que utilizan y se valen de estas mismas estructuras.

REMEDIOS FARIÑAS