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Aureliano Sáinz | ¿Profesión o vocación?

La vuelta de las vacaciones siempre supone enfrentarse de nuevo al trabajo, aunque haya casos, como el mío, en el que uno no desconecta del todo, pues la lectura de libros y el escribir de manera continua forma ya parte indisoluble de la propia vida. De todos modos, no voy a quejarme, en absoluto; todo lo contrario: soy de los que creen que luchar por el trabajo que a uno le gusta, por el que se siente inclinación o vocación, es uno de los objetivos que uno debe marcarse como meta irrenunciable, pues una parte importante de nuestro tiempo la dedicamos a trabajar (o a buscar trabajo, que todo hay que decirlo).


Desde la imaginaria atalaya en la que me encuentro, es decir, en ese lugar desde el que contemplo los años que he podido vivir, me considero muy dichoso por el camino andado, y también de los que pueda tener por delante, que los concibo siempre inmerso en todo aquello con lo que me identifico. Creo que solo una invalidez, algo a lo que todos estamos expuestos, me apartaría de considerar la vida como un camino que cada uno, en gran medida, se labra y por el que hay que dar el máximo de nuestras capacidades.

En el fondo estoy muy de acuerdo con una lectora que, respondiendo a uno de los artículos que publiqué hace unos años, y ante los fuertes palos que nos puede dar la vida, decía que “cuando dejamos de centrar la atención en lo que hemos perdido y lo hacemos en lo que tenemos alrededor las cosas cambian… Recordar para seguir adelante, recordar para vivir más conscientemente de lo que nos rodea, recordar para ser más solidarios con el sufrimiento de los demás y recordar para realizar proyectos nuevos y poder invertir nuestra energía en el presente y el en el futuro”.

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Hermosas y valientes palabras, con las que me identifico plenamente y que estoy seguro de quien las escribía no lo hacía como mera retórica, sino con la convicción de que hay baches profundos que nos pueden anclar en el lamento continuo, en la tristeza y en un pesimismo que nos retira de apostar por nuevos proyectos vitales.

Pero resulta que la vida que tenemos no se vuelve a dar: es única e irrepetible. No comparto esas creencias hinduistas en las que el ser humano vuelve a tener otra oportunidad para poder reescribir una vida y, de este modo, rectificar los errores cometidos por ignorancia. ¡Ojalá fuera así!

Como antes decía, tras la vuelta de una larga estancia fuera de Córdoba, no me quedaba más remedio que ordenar el estudio, ese espacio íntimo con largas mesas de trabajo cargadas de libros y en el que me encierro para escribir. También, cómo no, allí tengo el equipo de sonido que funciona de manera habitual; eso sí, en un tono bajo. Y dado que tras el paso de los días acaban formándose grandes montones de apuntes, revistas, libros… debo ponerme una mañana entera a ordenar y quitar el polvo acumulado.

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Para hacer más llevadera la tarea de ordenar página a página, libro a libro, revista a revista, ese día pongo la emisora que escucho habitualmente: Radio 3. De vez en cuando, tras las pausas de música, oigo de una manera un tanto intermitente las entrevistas que se conceden.

Así, en el programa Hoy empieza todo, escucho las opiniones de Víctor Coyote, cantante de origen gallego. En un momento dado, para explicar que la situación en la que viven algunos artistas, indica que “hay gente que también se dedica a la enseñanza para ganarse la vida…”.

Pues bien, esto ya me suena mucho, a algo muy familiar, tanto que anoto la frase porque creo que merece la pena comentarla despacio. Y es que en lo que se dice encuentro uno de los problemas de la profesión a la que he dedicado gran parte de mi vida, y de manera más concreta en el campo de la educación artística, ya que veo que con el paso de los años se sigue repitiendo sin que, por el momento, se atisbe solución al mismo: “el de dedicarse a la enseñanza para ganarse la vida”.

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Curiosamente, la profesión docente se encuentra entre las más apreciadas por la gente desde el punto de vista de su valor social, tal como nos han indicado las encuestas que el CIS realiza con regularidad; otra cosa es su estatus social que realmente no coincide con el reconocimiento de su importancia en la formación humana y profesional de niños y jóvenes. A ello hay que sumarle el hecho de que estemos muy por debajo de la media de los países de la Unión Europea, que invierten mucho más que nosotros en la formación de los futuros ciudadanos.

La verdad es que cuando yo accedí a la docencia, este trabajo lo tenía muy idealizado en el sentido de que creía que la gente que llegaba a él era por vocación. Quizá estuviera influenciado por el hecho de que siempre me había gustado enseñar, desde que siendo un chaval los amigos acudían a mí para que les explicara los problemas de matemáticas que no habían entendido en clase y no se atrevían preguntar al profesor, porque lo más probable es que les cayeran una sarta de improperios si lo hacían. Por entonces los maestros no se andaban por las ramas.

Con el paso del tiempo y de los años, tristemente me fui dando cuenta de que no era así: que, efectivamente, había magníficos profesores y profesoras que amaban este trabajo y dejaban una profunda huella en la memoria y el corazón de sus alumnos; que otros, más o menos, cumplían decorosamente con su trabajo; pero que también había un amplio número que uno no acaba de entender por qué se habían dedicado a esta magnífica tarea, cuando lo que mejor les pegaba era ser funcionarios de prisiones (con todos mis respetos para los funcionarios de prisiones, cuyo trabajo es muy duro).

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Volviendo a la frase de Víctor Coyote: ¿Quiero decir que no es posible compatibilizarlo con otro trabajo, caso de la música, la pintura, el diseño, la escritura o alguna otra profesión liberal que la legislación lo permita? En absoluto, y precisamente lo digo yo que la he compatibilizado con el trabajo de arquitecto (años en los que estaba en la universidad con contrato a tiempo parcial), con el de diseño gráfico o con las publicaciones.

Lo que nunca diría es que “acudo a la enseñanza para ganarme la vida” y después me dedico a lo “verdaderamente importante, ya que con las clases nunca voy a ser famoso o a dar rienda suelta a mi creatividad”.

Así, con la idea de ser profesor o profesora “para ganarse la vida” es fácil que la enseñanza se convierta en un trabajo rutinario, porque a uno en el fondo no le gusta, o porque no ha encontrado otra cosa, o porque posibilita sacar unas oposiciones y tener el estatus de funcionario, o porque tienen muchas vacaciones, tal como algunos apuntan... De este modo, se entra en la triste dinámica de transformar un importante trabajo que debe tener una componente vocacional para que funcione bien en una actividad con la que ganarse un sueldo.

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Como decía antes, hablo desde esa atalaya que me recuerda que ya he superado las siete décadas de vida y, aunque me he jubilado, sigo pisando las aulas y siempre quiero seguir formándome, aprendiendo de los demás, continuar escribiendo, publicando, seguir comprometido con mis ideas, puesto que siento que todos formamos parte de una larga e inagotable cadena que es la vida.

Los de hoy hemos recibido mucho de las generaciones que nos precedieron; y nosotros debemos dar todo lo que podamos a las que acogen nuestra herencia. Y lo deseable es que reciban lo mejor que seamos capaces de ofrecer.

Antes de concluir, quisiera aclarar que no soy tan ingenuo como para no saber que algunos trabajos y profesiones son muy duros, o que se ha cruzado una enfermedad que imposibilita continuar, por lo se está esperando la fecha en la que uno pueda jubilarse y organizar ese tiempo de descanso, que tanto se ha merecido, tranquilamente.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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