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Daniel Guerrero | Las niñas de Balthus

A finales del año pasado, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET) tuvo que rechazar sin ambages una petición, firmada por casi nueve mil ciudadanos, para que retirara un cuadro del artista francés de origen polaco Balthus, seudónimo de Balthazar Klossowski de Rola, titulado Teresa soñando, en que aparece una niña a la que se le ven las bragas.



La obra data de 1938 y, como otros cuadros con niñas púberes de Balthus, crea controversia por la reacción que provoca en algunas personas, que ven en el lienzo una incitación sexual o una alegoría de la pederastia, aunque los expertos aprecian que la obra irradia luz propia y pureza.

Aquella petición de censura, a la que afortunadamente no hizo caso el MET, advertía de que la niña aparece en el cuadro en una posición “sugerente”, por lo que parecía “perturbador” que el museo exhibiera esa pintura, precisamente en pleno auge del escándalo de acosos y abusos sexuales cometidos por el productor Harvey Weinstein a actrices de Hollywood.

Aunque es cierto que existe el debate sobre el carácter perturbador de algunas de las obras de este artista figurativo, por centrarse en la figura de niñas púberes en posturas desenfadas o recostadas, tal criterio llevaría a censurar la Venus de Urbino de Tiziano, Olympia de Manet, Dánae de Klimt, La maja desnuda de Goya o La maja del espejo de Velázquez, entre otras muchas.

Y obligaría a recuperar la hoja de parra para tapar las “vergüenzas” en las esculturas o cubrir totalmente el cuerpo de la mujer, como todavía obliga el Islam más radical en algunos países musulmanes hoy en día.

Sin embargo, la figura femenina, sea niña o mujer, siempre ha sido objeto del arte por inspirar un ideal de belleza, representar sentimientos o conceptos y expresar valores o sensaciones, aunque también puede reflejar la mentalidad del autor y su época, e, incluso, la dicotomía entre el deseo y la destrucción, el Eros y el Tánatos que la mujer encarna por su capacidad de engendrar vida o negarla.

Es por ello que un ingente número de obras del arte más universal son representaciones femeninas. Y la mayoría de ellas son desnudos femeninos, una desnudez alegórica que trasciende la corporeidad de la figura femenina. También es verdad que predomina la visión masculina del autor, que contempla el desnudo femenino en la obra pictórica con naturalidad, no así el masculino.

Pero más allá de la pretensión del autor, es la mirada del observador la que insufla juicio estético e intencionalidad, da sentido a lo observado, en función de la perspectiva cultural desde la que se mira y la interpretación que se haga a través de la propia capacidad artística para contextualizar la obra. Es lo que condiciona que no sea lo mismo mirar un cuadro con la actitud mojigata de la época victoriana que desde los tiempos en los que la mujer ha conquistado su derecho a la igualdad.

En cierta forma, sucede con el arte algo parecido a la interpretación de los textos literarios que estudia la semiótica, al distinguir que existe una intentio auctoris (lo que pretendía expresar el autor), intentio operis (lo que dice realmente el texto) e intentio lectoris (lo que interpreta el lector). La pintura, como un lenguaje más, está nutrido de referencias y signos simbólicos que pueden ser interpretados con diferentes significados, con diferentes sentidos.

Quien observa proyecta su moral y hasta sus prejuicios sobre la obra pictórica, como hicieron quienes protestaron en Nueva York, y puede llegar a considerarla obscena o sublime, según los significados que sea capaz de percibir y los estereotipos culturales con que la interprete. De ahí que se puedan hacer lecturas morales del arte en distintas épocas y sociedades. Pero de lo que no hay duda es que siempre existirá debate sobre la relación entre el arte, la moral, el sexo, la religión y hasta la política o, mejor dicho, el poder.

Lo más significativo de toda esta polémica es que a muchas personas les puede parecer “provocativa” y “sugerente” la pintura de Balthus porque en su lenguaje pictórico utiliza niñas que duermen, se relajan o no tienen cuidado de su postura, pero no muestran la misma preocupación para censurar la escandalosa pobreza que nos perturba a diario a causa de la sugerente codicia del orden capitalista global.

Al parecer, son sensibilidades distintas y, a veces, contradictorias. Pero existen diferencias: el arte no ocasiona víctimas como la pobreza, a pesar de que para algunas mentes sea más peligroso una obra artística que el hambre y un sistema económico que condena al empobrecimiento a la mayor parte de la población. Cuestión de gustos.

DANIEL GUERRERO