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Berta Vias Mahou: "Tenemos la corrupción en la política pero está en la vida de cualquiera, en cualquier oficio"

¿Quién fue en realidad Vivian Master? Berta Vias Mahou, escritora y traductora, desvela y recrea en Una vida prestada el perfil de esa gran fotógrafa que fue niñera, culta y autodidacta, pero quien nunca mostró sus fotos a nadie. Sus miles de negativos descansaron durante mucho tiempo en cajas viejas, y solo después de su muerte alguien empezó a revelar al mundo su obra única. Berta Vias da vida en estas páginas a esta mujer misteriosa que, aun hoy, nos puede parecer un enigma maravilloso e irresoluble.



—'Una vida prestada' está escrita entre la realidad y la ficción. ¿Pero quién fue de verdad Vivian Maier, esa gran fotógrafa?

—Bueno, yo sí que creo que no se puede disociar la niñera de la fotógrafa. No se entiende la una sin la otra. Son muy importantes y eso es lo que en la novela he querido reflejar. Creo que fotógrafo y una persona que se ocupa de los niños son de alguna manera educadores.

—¿Y no te parece eso en sí una relación extraña?

—Pero si uno piensa que un fotógrafo ve la vida desde fuera y una niñera también, y siempre están en medio de la escena pero en un segundo plano, y piensas efectivamente que un fotógrafo lo que está haciendo es educar nuestra mirada y una niñera también está educando a unos niños, Vivian Maier era muy especial también en eso, tenía unas ideas muy radicales y muy particulares. Creo que sí, que tienen mucho que ver.

—Cuidadora de niños ricos, nunca expuso, nunca mostró sus fotos a nadie. ¿Eso es lo que más te atrae de ella?

—Es lo que más me atrajo en un principio, está claro. Porque esa reticencia la hace una rara avis en su época y la hace muy similar a muchos de los escritores que yo más admiro que son, por ejemplo, Kafka, Robert Musil, que son personas que tampoco se prodigaron mucho.

—En sus días libres, se dedicaba a fotografiar a gente por las calles y a veces se fotografiaba a sí misma. ¿Qué buscaba en las imágenes ajenas y en las propias?

—Bueno, yo creo que en la fotografía ella ha buscado siempre personas muy distintas a sí misma y, al mismo tiempo, también parecidas, muchos marginados, mucha gente sola, enferma. Yo creo que buscaba sentirse no tan ajena como era. Y a sí misma, creo que ello demuestra un poco la teoría del libro de que ella era consciente de su talento, no era una simple niña niñera, como se ha dicho. Ella lo que está dejando es su firma. Por eso creo que ella sí que tenía la intención de dejar eso pero jugando con la casualidad de que llegara a nosotros cuando ella ya no estuviera.

—Si curiosa es su vida, más lo son las circunstancias por las que ahora se conoce su obra.

—Sí. Y con eso he jugado también en el libro. Es decir, yo he querido dejar a Vivian Maier por encima de sus descubridores y que es ella la que prepara, como si dijéramos, una trampa para que la descubran. Es ella la que descubre a Maloof y no al revés.

—En tu novela no has querido recrear la vida la vida exterior de Vivian Maier, sino la interior.

—Sí, porque de la vida exterior se sabe poco. No me interesan tanto los datos como su relación con el arte. Y eso es lo que quería, meterme en su pellejo, intentar entender por qué no quería mostrar sus fotos.

—Tú recreas su vida a partir del documental de Maloof, artículos de prensa y fotografías suyas. ¿Qué encuentras ahí que te llama la atención?

—De los documentales, que hay dos, sobre todo los testimonios de la gente que la conoció, que son interesantes porque son muy contradictorios pero, como decía Kafka, la verdad está en el coro y hay que acabar como juntando todas las piezas del puzle. Y, por supuesto, de las fotografías. Lo que he querido es que muchos de los personajes de la novela estuvieran sacados de esas fotos.



—Niñera, culta, autodidacta, iba al cine y estaba pendiente de lo que ocurría en el mundo. ¿Algo más que sea singular?

—Sí. Esa soledad que ella escogió, me recuerda a la soledad de Kafka, que Kafka definió cono una soledad rusa, en el sentido de que no eran personas que se prodigaran en el mundillo del arte pero, por otro lado, tampoco tenía problemas en tener amistades. Pero lo que sí no tuvieron es que no se casaron, no tuvieron hijos. Tenían una vocación tan grande que no les permitía ese tipo de relación que es más absorbente y te coarta la libertad.

—“Las fotografías te cuentan mucho de sus preferencias y el mundo en el que se movía”. ¿Cómo era su vida cotidiana?

—Ella eligió un trabajo que, efectivamente, le daba esa libertad, porque los niños iban al colegio y son horas y horas en las que ella podía vagar por la ciudad y dedicarse a su pasión, que eran las fotos.

—En el libro hablas de otras fotógrafas como Bérenica Abbot o Dorotea Lange. ¿Maier, a diferencia de otras artistas, tenía una sabiduría visual natural o también estudió el arte de la fotografía?

—A ver. La mayor diferencia que hay entre Vivian Maier y la mayor parte de las fotógrafas de su tiempo es que ellas fueron a la universidad, tuvieron becas, tuvieron muy buenas relaciones con otros fotógrafos de la época. Y Vivian Maier era una persona seguramente con una memoria visual fuera de lo común y se autoeducó viendo lo que hacían otros fotógrafos.

—Dices que a ella le gustaba el “feísmo”. Otros dicen que tenía síndrome de Asperger, porque nunca estaba bajo los focos.

—Yo lo que creo es que era una mujer muy inteligente, muy orgullosa y probablemente lo que vio del mundillo del arte, y eso se refleja en la novela, no le gustó. Es decir, ella habla de la charca pútrida. La corrupción la tenemos en la política pero no nos damos cuenta de que la corrupción está en la vida de cualquiera, en cualquier tipo de oficio. Y, sin duda, en el arte, muchísimo.

—No es una novela de trama, sino un monólogo de Maier que se desdobla en un “tú”. ¿Por qué la segunda persona?

—Yo no la escogí. Salió de manera natural y me paré rápidamente a reflexionar porque es una voz incómoda y, sobre todo, para mantenerla durante todo el libro. Pero rápidamente me di cuenta de que, bueno, a mí me pareció que era la adecuada. Me permitía un relato muy íntimo y a la vez muy distante. Es ella la que rememora su vida, se está hablando a sí misma. Habla al lector. También me habla a mí como si yo le hablara a ella y al cabo le estoy prestando muchas de mis reflexiones.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO