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Benjamín Prado: “El nacionalismo me parece una astilla de la Edad Media clavada en el muslo del siglo XXI”

Poeta, novelista y tertuliano, Benjamín Prado (Madrid, 1961) publicó el año pasado con Joaquín Sabina Incluso la verdad. Ahora vuelve a la novela con Los treinta apellidos. En esta obra recupera la figura de Juan Urbano, quien se ve implicado en la historia de una saga familiar envuelta en una trama de codicia y negocios poco limpios durante generaciones.



"Detrás de cada gran fortuna hay un crimen escondido", decía Honoré de Balzac. Y ahí está el corazón de la trama. Como se pregunta el autor: ¿Llevar un apellido ilustre te obliga a defenderlo por encima, incluso, de tus ideas? El lector tendrá que abrir y descifrar el libro para resolver estas y otras dudas o cuestiones.

—En tu última novela, Juan Urbano recibe un nuevo encargo. Un hombre le pide que localice a los descendientes de una hija desconocida de su bisabuelo.

—Bueno, él tiene una empresa de biografías a la carta, que existen de verdad en Internet. Le encargan este caso. A todos nos gusta que nuestra historia se cuente, que no se pierda, lo que pasa es que detrás de esta gran trama hay dinero, corrupción, piratería y demás.

—El libro es un retrato también del enriquecimiento de las altas esferas mediante actividades ilícitas.

—Una historia, de dónde viene el dinero. Y una pregunta, por otros métodos menos violentos. ¿Seguimos siendo neocolonialistas? ¿Seguimos ejerciendo la explotación? Mi respuesta es que sí.

—Titulas la novela 'Los treinta apellidos', en referencia a las 30 familias que mandan en España desde hace 200 años. ¿Treinta es un número simbólico?

—Es una frase de un empresario, de cuyo nombre no voy a acordarme, que la dijo de forma literal: “Nosotros al Ibex 35 vamos el 30 más cinco. Hay cinco que van y vienen. Otros 30 somos las 30 familias que mandan en España desde hace 200 años”.

—Tu personaje acaba descubriendo los hilos que unen a dos familias con el comercio de esclavos en el siglo XVIII.

—Casi todos esos palacetes de indianos tan bonitos que hay por toda nuestra geografía se construyeron con el dinero que logró aquello que se llamó la sacarocracia. En fin, muchas familias se hicieron ricas haciendo cortar caña de azúcar en los ingenios cubanos a esclavos que cogían en las costas de Guinea Ecuatorial. Algunos siguen teniendo estatuas en las plazas de España.

—Dices que los negreros españoles blanquearon muy bien su dinero, porque lo hicieron en favor de la Corona.

—La Corona tenía un sistema que se llamaba asientos de negros por el cual, por cada negro que se colocaba en Cuba o en Luisiana o en Chile, pues se llevaba una parte. Por eso Isabel II creó para ellos, lo que mucha gente no sabe por qué, lo que se llama Cámara Alta, si es la menos influyente de las dos, el Senado, que estaba para los próceres de la patria, para los aristócratas.

—Como decías, algunas grandes fortunas de España proceden del tráfico de esclavos que cazaban en Guinea y vendían en Cuba. ¿Sus descendientes son conscientes de esta herencia?

—Sí. La novela no dice que uno tenga que pagar por los errores de sus tatarabuelos. Dice que hoy en día, por otros métodos, seguimos haciendo lo mismo. Aquí, estos se dedican a los agronegocios, a los biocarburantes, en Tanzania, en Brasil. De alguna manera, siguen haciendo igual. Y hay algo importante en esta novela: recordar que hoy en día le llamamos pirata a uno que está en el salón de su casa haciendo transferencias o robando cosas con un ordenador.

—Enlazando con esto que decías, los piratas antes traficaban en barco, precisamente, y ahora navegan por Internet. No hemos adelantado tanto en estos años.

—El mundo, en general. O sea, yo creo que Europa ha fracasado en ese sentido. Seguimos practicando el neocolonialismo, seguimos yendo a los sitios a robar materias primas, a dejarles esa deuda externa y, cuando quieren buscar una vida mejor en nuestros países, les ponemos unas concertinas y no les dejamos pasar.

—Dices que medio planeta muere de hambre y otro medio de colesterol. Tú, con tu delgadez, en qué parte te sitúas.

—Yo estoy en la de los que no habrían sido nunca ministro de Cultura, porque yo sí hago deporte.

—Crees en la literatura y en el Real Madrid. ¿Qué hacemos con el resto?

—Bueno, y en el Athletic de Bilbao, que es mi otro equipo. No. Lo único que he dicho es que yo solo tengo dos carnés en el bolsillo, que son el DNI y el del Real Madrid. Me gustaría hacerme socio del Athletic, de Bilbao naturalmente. Soy una persona libre en ese sentido. No estoy atado a ninguna bandera.

—“Ni muerto volvería a leer mis novelas”. ¿Por qué dejas solos a los lectores con esa responsabilidad?

—Ja, ja. No. Porque yo solo vería fallos. Las editoriales saben que yo soy muy bueno para hacer promoción, me dejo hacer de todo, pero muy malo antes de entregar los libros. Después soy muy bueno. Antes soy muy malo. Si a mí me dejas leer una de estas novelas que está reeditando Alfaguara, estas novelas salen en el 2024. Las reescribo enteras.

— La novela es también una crítica al nacionalismo. No te gusta nada lo que está pasando en España.

—No me gusta nada el nacionalismo. Soy internacionalista. No creo en las purezas de raza. No creo en los ADN como motivo sociológico. Y no es que no me gusten, es que me horrorizan. El nacionalismo me parece una astilla de la Edad Media clavada en el muslo del siglo XXI.

—El año pasado publicaste con Joaquín Sabina 'Incluso la verdad'. En estos tiempos de la posverdad y la desinformación, ¿qué nos queda que no sea falso?

—Las personas. Yo soy muy defensor de esa frase que dice que lo que distingue a las cosas verdaderamente importantes de este mundo es que no son cosas. La gente, por regla general, es fantástica. Y más la gente española. España es un país de gente solidaria, generosa, que tiene la mala suerte de que, muchas veces, los peores son los que llegan más alto.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO