Ir al contenido principal

Rafael Soto | La censura del inconsciente

No sé si Santiago Abascal, líder del partido ultraderechista Vox, sonríe con los vídeos de gatitos. Asumo que sí. Es un ser humano, al fin y al cabo. Lo que sí sé con seguridad es qué le hace sonreír en política. Y os aseguro que las muestras de estupidez de ciertos ‘progres’ inconscientes las celebra como goles.



El pasado viernes 22 de noviembre se inauguraba el Congreso Internacional “Bioderecho, Administración y Dignidad Humana” en la Universidad de Sevilla. La primera ponencia iba a llevarse a cabo a las 10.00 de la mañana, de la mano de Jaime Mayor Oreja. La siguiente quedaba en manos de Francisco José Contreras Peláez, diputado de Vox, sí, pero también catedrático de Filosofía del Derecho, que iba a tratar sobre la gestación subrogada.

No vamos a descubrir ahora quién es Mayor Oreja, que lo fue casi todo en el Partido Popular, ni quién le acompañaba en la mesa. Sí era más desconocida la fundación que presidía, Valores y Sociedad, vinculada con movimientos europeístas, sí, pero también ultraconservadores. Y, desde luego, lo que no conocía nadie era el Congreso, de interés solo para los entendidos del ámbito.

De hecho, el salón estaba lejos de alcanzar el lleno, como correspondería a la presencia de un personaje, guste más o menos, de la trayectoria política de Mayor Oreja. Y casi vacío hubiera estado, si no hubiera sido por una pandilla de radicales sin seso que intentaron boicotear el acto.

Es más, en las imágenes del acto se puede comprobar que muchos de los asistentes eran los propios radicales gritando “¡fuera fascistas de la Universidad!” y "¡fuera rosarios de nuestros ovarios!". Dicho de otra manera: gracias a estos radicales descerebrados, un acto desconocido y minoritario ha salido en la prensa y, lo que es peor, ha beneficiado a Vox.

La estrategia comunicativa de Vox prioriza la defensa, por mucho que dedique al ataque. Como buen partido extremista, se escuda en un discurso victimista. En este caso, la cruzada contra la ‘dictadura progre’. Una dictadura que identifica con las políticas de género, la supuesta flexibilidad de las políticas migratorias o el cachondeo territorial.

Cada acto de represión impuesta por la corrección política es usado como argumento por la extrema derecha. Máxime cuando se produce en ‘suelo sagrado’, como es un acto de carácter académico en la Universidad. Sin embargo, quizá lo peor de todo es que este acto, que no es el primero que se da en las universidades españolas, se realiza desde la más profunda inconsciencia.

Como señala Juan Soto Ivars en su interesante reflexión sobre la poscensura Arden las redes, su mayor éxito es la inconsciencia de su ejercicio. Estoy convencido de que los radicales que quisieron reventar el acto no entendían que estaban censurando un acto académico.

Si les preguntamos en qué estaban pensando, estoy seguro de que nos dirán que estaban luchando por sus derechos y por los de todos, impidiendo un acto político de extrema derecha en la Universidad. La censura la ejerce el Estado, represor por naturaleza, no unos ciudadanos comprometidos con la ‘lucha pacífica’. Porque la cruzada contra el fascismo justifica todos los medios. Y si eso implica boicotear cuentas en redes sociales, actos políticos o actos académicos, se hace.

Tampoco nos equivoquemos. La derecha ‘sin complejos’ tiene la misma actitud, pero con una diferencia notable. Que un ultracatólico antiabortista de extrema derecha pueda ser autoritario es terrible, pero entra dentro de la lógica. En cambio, que un defensor de las libertades públicas, del librepensamiento y de la democracia nos trate como a niños y decida por su cuenta qué cabe y qué no en el espacio público, es una incoherencia difícil de justificar.

No sé a vosotros, pero no me gusta que elijan por mí. Hay a quien le gusta ejercer el masoquismo político, pero no es mi caso y es tema para otro día. La cuestión es que si me apetece leerme el Mein kampf o un discurso de José Antonio Primo de Rivera de los que están en abierto en la Biblioteca Nacional de España, pues me los leo. Porque tenemos el derecho de crearnos nuestro propio criterio. Y nadie tiene derecho a escoger por nosotros a qué discursos podemos tener acceso.

Cada vez que un ‘progre’ decide por nosotros, Abascal sonríe. Cada vez que un inconsciente hace un escrache o boicotea en redes sociales o actos públicos, Abascal sonríe. Cada vez que hay un ataque desproporcionado e irreflexivo contra lo que alguien decide que es fascista, Abascal sonríe. Y eso no me hace ninguna gracia.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO