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Pepe Cantillo | Autoridad y respeto

Pensar que es posible apreciar y defender valores universales no es creer en ideas extramentales o artilugios de brujería. Pero sí es creer en la dignidad de la persona, en el valor máximo del ser humano. Eso sí que debe estar por encima de cualquier otra realidad. La dignidad de la persona se fundamenta sobre valores calificados como "universales". Valoramos (debemos) la libertad, la justicia, la igualdad, el respeto, la tolerancia y un largo etcétera.


Kant decía que todos los seres humanos tenemos dignidad, tenemos valor y no precio; somos fines y no meramente medios, es decir, no somos cosas que se pueden usar y tirar a nuestro antojo. Pero en la modernez que estamos viviendo, da la impresión que le hemos dado la vuelta a la tortilla. Parece que el desprecio por la ley impera por doquier.

Como ejemplo reciente, aludo a la repulsa que se le está haciendo con descaro, cuando el personal se salta las normas dadas por las autoridades y, no contentos con ello, atacamos, hasta donde puede ser, a las fuerzas de orden público que, en más de una ocasión, han tenido que batirse en retirada del escenario. Mal augurio…

El verano termina con 271.000 personas desalojadas de botellones en Barcelona: “Son jóvenes que solo quieren pasarlo bien”. ¿Locos que no se contentan con saltarse la orden de no estar en manada? Los rumores que corren dicen que, tras los botellones, que ya son un no cumplir con la normativa, han aparecido organizados camorristas que les viene bien parapetarse en el desorden para azuzar toda una acción contra el poder establecido y a la búsqueda de una descarada inestabilidad.

Recordemos que, cuando hace unos meses, las manifestaciones eran calificadas como "antisistema", también recibieron inocente ayuda para incrementar el desorden. Quemar enseres públicos, asaltar establecimientos y, de paso, llevarse “algunas cosillas”. Apoyar dichas manifestaciones eran toda una aventura.

Pero tales botellones ahora tienen el riesgo de transmitir una enfermedad mortal. Total, un botellón sazonado con un enfrentamiento con la poli es toda una proeza para contar a la charpa (“reunión de amigos”) y jactarse de ello en las redes.

El ser humano y la sociedad en que vive no es algo estático: no siempre ha sido como ahora, ni ha surgido de la noche a la mañana. Ha tenido que hacerse a lo largo de años. Nuestra vida se va haciendo, es como una narración que vamos escribiendo todos los días, elaborándola poco a poco según factores tanto internos como externos. Por eso, como en un libro, los capítulos finales no se entienden bien si no se conocen los anteriores.

Los criterios que utilizamos en nuestras actuaciones dependen en gran medida de los valores que aprendemos a través de nuestros padres y la escuela y que nos permiten establecer las normas a las que se ha de ajustar nuestra conducta para vivir en sociedad. Obramos de acuerdo con lo que creemos y valoramos. Aunque, según fuentes oficiales, ya no hace falta memorizar nada puesto que para ello está Internet. ¡Pobre escuela!

Así pues, consideramos como universales y necesarios aquellos valores que tienen validez intersubjetiva, que son apreciados por la gran mayoría y deseables para todo ser humano, porque la razón y el sentir los considera exigibles para la vida en sociedad y los convierte en deseables para todos. Recordemos que, como humanos, somos libres y responsables, a la par que capaces de decidir y actuar por nosotros mismos.

La sociedad es como un campo de fuerzas en el que debe existir un equilibrio. Lo que uno quiere y hace no puede poner en peligro ese equilibrio. Porque mi libertad termina donde empieza la de los demás. Si cada uno hace lo que le viene en gana, sin tener en cuenta a los demás, difícilmente se podrá convivir. Si en un Estado alguien quiere imponer su dominio por la fuerza, desaparece la democracia y surge del olvido la dictadura del poder, del partido o del pueblo.

La sociedad funciona sobre la base del respeto. Respeto a los demás, a unos valores, principios y normas básicas sin los cuales no es posible la convivencia. Por eso vivir es convivir, y exige el respeto. Si lo pensamos bien, el respeto no es más que un juego de derechos y obligaciones o deberes.

Mis derechos, lo que yo puedo exigir a los demás, se convierten en obligaciones para con ellos. Si yo puedo pedir a los demás que me traten con educación, yo tengo que tratarlos del mismo modo. Si yo exijo que me paguen lo que me deben, tengo que pagar también mis deudas.

Si alguien considerara que sólo tiene derechos y olvida que también tiene obligaciones y dejara de cumplirlas, estaría haciendo necesaria la intervención de alguien capaz de hacer cumplir la ley. La justicia y las leyes están para garantizar los derechos y hacer que se cumplan los deberes. La autoridad, a veces, aparece como un espejismo; otras, como un castigo.

Una matización que deberíamos tener clara. La violencia, en ningún caso, es camino que pueda conducir a vivir en democracia. Si acaso, es el “estímulo” para generar más violencia entre manifestantes y fuerzas antidisturbios y el vecindario y comerciantes que han visto peligrar sus negocios y las propias casas.

¿Intento de criminalizar a la juventud? No creo, pero sí de llamar a un comportamiento social valedero para todos. Con anterioridad hemos enarbolado la bandera de la solidaridad y una cierta entrega hacia los más desfavorecidos por las circunstancias virales. Muchas personas siguen necesitando del otro. Es el momento de poner en marcha valores como la solidaridad, el respeto, la asertividad, la empatía…

¿Qué juventud hemos formado? ¿Qué educación han recibido en casa y en la escuela para no respetar y defender la salud propia y la del otro? ¿Qué castigo se debe aplicar a quien atenta contra la salud y la vida de otros?

Un detalle curioso. Entiendo que el encierro, las restricciones, las mascarillas, las vacunas sí, las vacunas no, la libertad de actuación, y un largo rosario de alegatos impulsen de manera “desaforada sin ley ni fuero, atropellando” las ganas de vivir.

El respeto a los demás es básico para convivir. "Respeta y te respetarán", dice la voz pública. Dicho valor se interioriza y va unido a la empatía, valor consistente en la capacidad para ponerse en el lugar del otro y percatarse de lo que siente.

Sería algo así como saber leer en los demás percibiendo la información de lo que nos transmiten, lo que hacen, cómo lo hacen, la expresión de cara que nos ponen... Estos indicios están relacionados con la inteligencia emocional de la que, con frecuencia, hacemos agua.

Por lo general, caemos en la superficialidad y, con frecuencia, en la indiferencia porque, en definitiva, el otro nos importa poco. Ser empático obliga a algo más que a esbozar una educada sonrisa de cortesía. Se puede ser simpático mientras dura la sonrisa pero no por ello seremos empáticos. La empatía obliga a con-prometerse con el otro. Solo desde la comprensión y la apertura de miras puedo captar el mensaje que envían los demás.

Cierro con una cita del libro Castellio contra Calvino: “Nunca un derecho se ha ganado para siempre, como tampoco está asegurada la libertad frente a la violencia, que siempre adquiere nuevas formas... cuando ya consideramos la libertad como algo habitual surge un misterioso deseo de violentarla. Siempre que la humanidad ha disfrutado de la paz durante demasiado tiempo y con despreocupación, sobreviene una peligrosa curiosidad por la embriaguez de la fuerza y un apetito criminal por la guerra”.

Feliz cumpleaños, Manuela.

PEPE CANTILLO