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José Antonio Hernández | Vivir y convivir

Hay que ver cómo las redes sociales están ampliando la distancia física entre las personas y, por lo tanto, dificultando la convivencia y la comunicación humanas. Parto del supuesto de que la convivencia y la comunicación no consisten solo en estar próximos ni en proporcionar informaciones, sino que son procesos complejos que exigen la participación en las vidas de los otros: que “comulguemos” con los sentimientos que fundamentan, alimentan y orientan nuestras vidas. El verano y las vacaciones pueden proporcionarnos oportunidades para que, además de mirar y admirar el paisaje y los monumentos, prestemos una mayor atención a las personas con las que convivimos.


No es lo mismo “coexistir” que “convivir”. “Convivir” significa concurrir en un mismo tiempo, coincidir en un mismo espacio y, además, participar en las vidas de los otros. Es cierto que, gracias a los medios de comunicación virtuales, podemos enviarnos mensajes sin la necesidad de la presencia física. Pero, para convivir humanamente, es necesario que, en la medida de lo posible, intervengan, además de nuestros sentidos, nuestras emociones y nuestros pensamientos.

Aunque se realicen los negocios, las clases, los exámenes, las amistades, las compras, las consultas médicas, las intervenciones quirúrgicas y hasta el amor a distancia, no podemos decir que estamos realizando una verdadera convivencia humana si no participamos en las vivencias emocionales, en las esperanzas y en los temores; en las alegrías y en las tristezas.

Para convivir necesitamos vernos, oírnos y tocarnos; trabajar, aprender, disfrutar y sufrir unidos y reunidos. Convivir es intercambiar sensaciones y comunicarnos nuestras emociones en estos espacios comunes, en estas calles y en estas plazas en las que participamos del calor y del frío, por las que pasamos y paseamos, en esos espacios comunes de los juegos y de las fiestas.

Permítanme que les cuente mi tristeza al escuchar a unos amigos que me han expresado la soledad que están sintiendo durante estas vacaciones recluidos en las residencias de ancianos. No olvidemos que la comunicación humana, la participación en las vidas de los otros, es tan indispensable como los alimentos y la respiración en todas las edades.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO